Monday, August 27, 2007

Cuando Se te Cae Algo de Valor al Inodoro…

Dos amigos están en un baño público, cuando a uno de ellos se le cae un centavo al inodoro, el otro amigo le dice:

- Bueno, menos mal es solo un centavo.
- Si pues, nadie metería la mano al inodoro por un centavo.

Cuando, de improviso, el dueño del centavo abre su billetera, saca un billete de 10 dólares y lo arroja al inodoro donde está el centavo y, mientras mete su mano para sacar todo el dinero dice:

- Pero por 10 dólares y un centavo si puedo meter mi mano aquí.

Es un chiste clásico este, hasta diríase tan recurrente que ya ni da risa, pero es algo que cabe como comparación a una situación que me gustaría tomar tan a la ligera como el protagonista de esa cursi historia, simplemente atreverse a la asquerosa situación de meter una mano en semejante agua usada para tan sucio trabajo, y de ahí en adelante seguir como si nada.
Menos mal no han sido tantas las veces en que me he visto metido en semejante aprieto, y la mayoría de esas ocasiones he dejado correr el agua, luego de meditar que más puede el asco que el deseo de recuperar algo de valor. Es así que he dejado pasar a sabe Dios que recóndito lugar monedas, una medalla, soldaditos de plomo, fotografías tamaño carnet (estas si ya estaban echadas a perder) papelitos donde habían apuntes importantes y hasta alguna vez monedas de un sol.
Casualmente recuerdo cuando estaba en un baño público, (si, tal y como en el chiste ese) y se me deslizó del bolsillo el único sol con el que tenía que regresar a casa (estaba bastante lejos como para recorrer el camino a pie y no tenía nadie a quien pedirle prestado) y tuve que degradar mi humanidad a la vil tarea de rescatar mi sol.
Menos mal el inodoro estaba “sin usar”, por decir un termino que no hiera susceptibilidades, pero de todos modos sentí un asco muy grande, ganas de vomitar, y mi orgullo pisoteado. Metí mi mano en ese inmundo universo en busca de mi pasaje a casa, y apenas lo toqué saqué mi mano como de una canasta llena de tarántulas, corrí hacia el lavabo, abrí el caño y… ¡no había agua!, ese si que fue un golpe duro de asimilar. Salí del restaurante con la moneda en la mano, incapaz siquiera de mirar a mis costados, subí al ómnibus y lo primero que hice fue pagarle al cobrador, menos mal desde ah{i me distrajo en algo el malévolo pensamiento de quien se llevaría la “moneda premiada”. Tuve la sensación de que mi mano continuaba inmunda por muchos días.
Todo esto afloró a mis recuerdos ya que acaba de caerse mi anillo de plata al inodoro, y ha sonado graciosa y agudamente, como anunciándome lo peor, y es uno de aquellos adornos que sin algún sustento lógico aparente, le he tomado un aprecio considerable, por lo cual no puedo dejarlo que se vaya, sencillamente no me lo perdonaría, pero algún lado humorístico he de sacarle esta vez a tan asqueroso asunto, ya que de hecho voy a tener la misma sensación de nauseas, la misma mano inmunda y el mismo orgullo pisoteado por varios días, así que, estoy tomando valor para ir sacar de esas inmundas aguas mi anillo de plata, y después saldré por las calles de la ciudad a saludar con un amigable apretón de manos a todo aquel a quien encuentre.
¿Será chocante estrechar la mano de un conocido diciendo: Acabo de meter la mano al water?

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